Por Gonzalo Véjar Paz, Antropólogo.
Una de las medidas propuestas por el Consejo Asesor Anticorrupción en relación al actuar de los partidos políticos y que posteriormente se transformó en aspectos de la nueva ley de fortalecimiento de la democracia, es “generar un sistema transparente de fichaje de militantes, de modo de promover una competencia limpia al interior de las tiendas políticas”, sumado a “establecer procedimientos democráticos al interior de los partidos, incluyendo el derecho de los afiliados a escoger en forma democrática a sus dirigentes” y además “establecer sanciones efectivas para quienes infrinjan las normas básicas que organizan la vida partidaria”.
Sin duda, se trata de medidas positivas, ya que es una certeza la existencia de padrones inflados, que no dan cuenta de la realidad actual de los partidos, sobre todo pensando en la alternativa de su financiamiento público. Pero además colabora en la necesidad de remecer estas organizaciones, dotarlas de renovadas energías, dinamizarlas, porque se les observa lentas en su funcionamiento, desconectadas de la ciudadanía y utilizadas para fines personales.
Los partidos políticos se convirtieron en máquinas de poder, atomizados, encapsulados, articulados en torno a cuotas de poder internos, lo que se acepta como corrientes de opinión, pero que fueron transformándose en “lotes” y por tanto alejándose de su origen primigenio que tenía que ver con aspectos ideológicos, con convicciones que derivan en cuestiones doctrinarias y programáticas. Los militantes entonces aprendieron que si deseaban ser dirigentes, candidatos o aspirar a algún puesto en la burocracia estatal, debían adscribir a un “lote”, fijándose en su fortaleza interna y no precisamente en aspectos ideológicos.
Es de esperar que el rito del refichaje pueda hacer retomar un actuar ético, mayor valoración por el pensamiento crítico intelectual, diálogo deliberante, acercamiento a la comunidad a partir de la revisión de las relaciones de poder en la sociedad; integrar nuevos cuadros de jóvenes, propiciando su maduración política y fortalecimiento de la base orgánica y no sólo considerándolos como materia prima para sacar adelante campañas electorales.
Los que optamos por la senda de la militancia tenemos la responsabilidad de generar acciones radicalmente democráticas, ya que las principales decisiones deben pasar por las bases, no delegando acríticamente, sino que manifestando con fuerza que la soberanía de los partidos políticos está en su militancia de base.
Por otra parte, esta militancia tiene que impulsar Escuelas de Formación Política o bien auto formarse, practicando pedagogía cívica y canales permanentes de opinión, lo que permitirá no reproducir las típicas prácticas de electoralismo vacío, sobre todo en un año de elecciones municipales.
Liderazgos locales que han escogido reproducir prácticas desgastadas y facilistas – algunos de ellos jóvenes que ingresaron a la política supuestamente para transformar pero que a poco andar perdieron la brújula – señalan con liviandad y pretensiosamente que la gente “no vota por los programas” y que por tanto hay que hacer más de lo mismo y aprovecharse de la ignorancia y carencia de educación cívica de nuestros ciudadanos, minimizando a sus propios vecinos y muchas veces por desidia o incapacidad, no trabajan en el plano de las ideas, ya que es un camino de largo alcance y cuyos frutos no se observan inmediatamente.
Prefiero mantener una mirada esperanzadora y para ello recurro a una frase del periodista y escritor argentino, Jorge Lanata, en su novela “Muertos de Amor”: “Las ideas: Tardan en prender en el corazón de las personas, y a veces lo hacen por caminos inesperados. Pero cuando están allí, se quedan para siempre”.