La visita del Papa Francisco a Chile en 2018: una recepción tibia en medio de la crisis de la Iglesia

La baja asistencia a los eventos masivos, junto con un clima de desconfianza hacia la Iglesia Católica, reflejó las profundas grietas en la relación entre la institución y la sociedad chilena, un tema que resuena aún más tras el fallecimiento del pontífice.

La reciente muerte del Papa Francisco ha reavivado las memorias de su pontificado, incluyendo uno de los episodios más complejos de su trayectoria: su visita a Chile entre el 15 y el 18 de enero de 2018. Este viaje, que incluyó las ciudades de Santiago, Temuco e Iquique, estuvo marcado por una recepción notablemente menos entusiasta de lo esperado, en contraste con la histórica visita de Juan Pablo II en 1987.

La baja asistencia a los eventos masivos, junto con un clima de desconfianza hacia la Iglesia Católica, reflejó las profundas grietas en la relación entre la institución y la sociedad chilena, un tema que resuena aún más tras el fallecimiento del pontífice.

Durante su estancia, Francisco celebró misas multitudinarias, como la del Parque O’Higgins en Santiago, que congregó a unas 400 mil personas, una cifra significativa, pero muy por debajo de las expectativas de un millón de asistentes. En Temuco, la misa en el Aeródromo Maquehue atrajo a unas 200 mil personas, mientras que en Iquique, en Playa Lobito, la asistencia fue aún menor, con apenas 50 mil fieles frente a los 250 mil proyectados por los organizadores.

Estas cifras, captadas en imágenes aéreas que evidenciaban espacios vacíos, sorprendieron a observadores internacionales y a los propios vaticanistas, acostumbrados a multitudes desbordantes en países latinoamericanos.

Varios factores explican esta baja convocatoria. En primer lugar, Chile vivía un proceso de secularización acelerado, con solo un 44 por ciento de la población declarándose católica según una encuesta de Latinobarómetro de 2017, la más baja de la región. El crecimiento del ateísmo (38 por ciento sin religión) y de iglesias evangélicas reflejaba un cambio cultural profundo respecto al Chile que recibió a Juan Pablo II. Además, la Iglesia Católica enfrentaba una crisis de credibilidad sin precedentes debido a los escándalos de abuso sexual, particularmente el caso de Fernando Karadima y encubrimientos, como el del obispo Juan Barros. La presencia de Barros en eventos papales, junto con las declaraciones iniciales de Francisco desestimando las acusaciones contra él como “calumnias”, generaron rechazo en sectores de la población y desmotivaron a muchos católicos a participar.

La visita también estuvo marcada por tensiones sociales. Antes de la llegada de Francisco, se registraron ataques incendiarios a iglesias y protestas, algunas con mensajes explícitos contra el Papa, como un panfleto que amenazaba con “bombas en tu sotana”. Estos incidentes, junto con medidas de seguridad restrictivas, limitaron la participación espontánea.

En La Araucanía

En Temuco, el conflicto mapuche añadió complejidad, con actos de violencia previos que aumentaron la percepción de un ambiente hostil. Todo esto contrastó con el fervor observado en otros países visitados por Francisco, como Colombia o Bolivia, donde las multitudes desbordaron las expectativas.

A pesar de estos desafíos, la visita tuvo momentos significativos. Francisco se reunió con comunidades mapuches, llamó a la reconciliación y destacó la acogida a migrantes en Iquique. También realizó gestos históricos, como visitar una Cárcel de Mujeres en Santiago y oficiar un matrimonio a bordo de un avión.

Sin embargo, estos actos quedaron opacados por la controversia en torno a Barros, que desató una tormenta mediática y llevó al Papa a admitir, meses después, “graves equivocaciones” en su manejo del caso, aceptando la renuncia de Barros en junio de 2018.

Tras su muerte, la visita a Chile se recuerda como un punto de inflexión en el pontificado de Francisco. Como señala la periodista Elisabetta Piqué, marcó “un antes y un después”, obligando al Papa a priorizar la lucha contra los abusos en la Iglesia, con medidas como la cumbre de 2019 con obispos de todo el mundo.

En Chile, el impacto fue mixto: mientras algunos fieles valoraron el encuentro con el pontífice, la fría recepción reflejó una sociedad más laica y crítica, que exigía cambios profundos en una institución en crisis.

Hoy, con el fallecimiento de Francisco, su legado en Chile invita a la reflexión. Su visita expuso las heridas de una Iglesia que, según el analista Germán Silva, “sufre una crisis muy profunda”. Aunque su mensaje de esperanza y unidad resonó en algunos, la baja asistencia y las polémicas dejaron un sabor amargo, un recordatorio que incluso un Papa carismático como Francisco enfrentó límites en un mundo cada vez más distante de las estructuras tradicionales.

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