En Chile, la rabia es un sentimiento que se acumula día tras día entre la población, fruto de la injusticia y la desigualdad que parecen estar arraigadas en el sistema. Cada día, nuevos hechos injustos alimentan el descontento de la ciudadanía, especialmente cuando se percibe una clara diferencia en el trato que reciben las personas pobres y sin influencias en comparación con los miembros de la elite del país. Esta disparidad es evidente y exasperante, y se manifiesta de manera más cruda en el funcionamiento de la justicia y los tribunales, donde las sentencias y el tratamiento legal varían ostensiblemente según el estatus socioeconómico de los implicados.
A esta percepción de injusticia se suma la frustración hacia las autoridades de Gobierno. Muchos de los actuales gobernantes llegaron al poder con promesas de cambio y justicia social, asegurando que trabajarían para terminar con las desigualdades. Sin embargo, una vez en el poder, sus visiones y prioridades cambiaron drásticamente. En lugar de solucionar los problemas estructurales del país, sus acciones han tendido a acentuar estas problemáticas, perpetuando la desigualdad y el descontento social.
El acumulado de estas injusticias y promesas incumplidas está gestando un clima de descontento que recuerda peligrosamente al que precedió el estallido social de octubre de 2019. En aquel entonces, la elite y las autoridades afirmaron que no vieron venir la magnitud de la explosión social. La pregunta ahora es: ¿volverán a decir que no lo vieron venir? La historia reciente debería haberles enseñado que la paciencia de la ciudadanía tiene un límite, y que ignorar los signos de descontento puede llevar a consecuencias imprevistas y significativas.
Es crucial que las autoridades y la elite del país comprendan que no pueden seguir desoyendo el clamor de la población. La justicia debe ser igual para todos, y las promesas de equidad y bienestar social deben cumplirse con acciones concretas y no quedarse en el terreno de las palabras vacías. Solo así se podrá evitar que la rabia acumulada se transforme en una nueva ola de protestas y descontento social.