La ética de la solidaridad

Por Gonzalo Véjar Paz, antropólogo, Corporación ACCESO.

La demanda por mayor igualdad en la sociedad chilena ha estado presente en las voces de los representantes de distintos movimientos sociales que han logrado posicionar sus temas de interés, aspectos que tienen su correlato en las cifras que hablan de la desigual distribución del ingreso y en la abismante brecha existente entre los que tienen más y los que tienen menos.

En tiempos previos a las elecciones parlamentarias y presidenciales, bien vale la pena conocer la opinión de los respectivos candidatos, con la finalidad que puedan entregar sus planteamientos y esbozar las estrategias tendientes a enfrentar este vergonzoso escenario, en el entendido que una sociedad moralmente sana, instala como prioridad la desigualdad y desarrolla una ética de la solidaridad.

Desde esta perspectiva, la profundización democrática requiere plantear y reproducir la cultura de la solidaridad -no la caridad al estilo Teletón- la profundización del espacio público y mayor integración social, ya que en el actual contexto de hegemonía neoliberal, donde se exacerban las dinámicas mercantiles, la premisa por mayor igualdad aparece como un elemento antagónico, toda vez que las diferencias sociales actúan como el triunfo del individuo competitivo.

En este contexto, el doctor en Filosofía, Marcos García de la Huerta, plantea que “el mercado opera como dispositivo de jerarquización: divide la sociedad entre los que tienen poder económico y los que no lo tienen. Define así una estrategia de privatización del poder y una política de exclusión”. De esta manera, confluyen un culto casi idolátrico del desarrollo económico, el consumo, el lucro, la competencia y la productividad, sumado a posturas conservadoras en lo valórico, los idearios morales y religiosos y las preferencias estéticas.

Este tipo de discusiones se podrían incrementar, desde la base social dada por las juntas de vecinos hasta los representantes políticos erigidos como autoridades en el Parlamento, si como país nos diésemos a la tarea de elaborar una nueva Constitución Política basada en una Asamblea Constituyente, lo que nos entregaría la posibilidad de contar con una carta fundamental realmente democrática y con legitimidad en su origen, no como la existente, fraguada en tiempos de dictadura, de espaldas a la ciudadanía.

Ahora, cuando surgen colectivos que generan reflexión crítica o líderes de opinión que proponen acciones de tipo, las elites lo sienten como una especie de provocación, ya que transgrede el statu quo y las pautas consideradas como normales, que no son sino otras que mantener las cosas tal como están, estableciendo los poderes públicos y los fácticos condenas que son ampliamente difundidas en los múltiples medios de comunicación afines.

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *